Individualismo, consumismo y liberalismo

[El] sistema de valores moderno que propugnaba el individualismo, el materialismo, el utilitarismo y el liberalismo; todas estas corrientes de pensamiento que «valoran que el fuerte se aproveche del débil, promocionan incansablemente deseos epicúreos, buscan un alto nivel de vida material y estimulan la competición para la adquisición de colonias y garantizar los negocios; llevando a su vez al mundo a un auténtico infierno de luchas y derramamiento de sangre a través de una maraña de causas y consecuencias».

Al leer este fragmento, algún lector quizás pueda creer que se trataría de una denuncia del mundo actual, de como el modelo de estilo de vida occidental adoptado por los países desarrollados, a raíz de su creciente demanda de recursos para alimentar el consumismo, es una de las principales causas de la actual conflictividad y guerras. Pero, como de costumbre, el contexto lo es todo.

El fragmento es la traducción Shinmin no Michi [El camino del individuo], un manifiesto elaborado por el Ministerio de Educación japonés en agosto de 1941 (citado en John W. Dower, War without Mercy: Race and Power in the Pacific War, p. 26. Nueva York: Pantheon Books, 1986) destinado para el público japonés. En el mismo se denunciaba que Japón era víctima de las ambiciones de las potencias del hombre blanco europeo que, en aquel momento, tenían a 450 millones de asiáticos bajo su bota. Estos súbditos, descritos como hermanos de sangre de la misma raza japonesa, debían ser liberados de la inmisericorde dominación occidental.

De este modo, se justificaba la política de sucesivas anexiones emprendida por Japón desde finales del siglo XIX de Formosa – la actual Taiwan-, Port Arthur, Corea, de las posesiones coloniales alemanas en China y el océano Pacífico y, ya más recientemente, de Manchuria en 1931, la guerra con China iniciada en 1937 y la ocupación de Indochina en 1940; en este último caso mantuvieron a la administración colonial francesa. Ya sería luego, tras la ocupación de todo Sudeste Asiático ejecutada durante los primeros meses de 1942, cuando los propios habitantes de las colonias comprobarían que del discurso japonés anticolonialista a la brutal realidad de la explotación de sus nuevos dominios mediaba un abismo.

Pero como observó John Dower en la obra antes citada, lo más interesante de este tipo de discursos propagandísticos no es tanto como quieren retratar a su enemigo, de modo que su público no abrigase ninguna duda en el momento de someterlos o matarlos llegado el momento, si no como reflejo de como se veían a sí mismos en contraposición a su exposición de valores negativos  de «El Otro», como el individualismo o el liberalismo, en contraposición a los valores positivos propios de piedad y sumisión a la autoridad del emperador.

Para finalizar, sólo queda proponer el interesante ejercicio de ver, de acuerdo a la premisa antes planteada,  Know your Enemy- Japan de la famosa serie Why we Fight, dirigida por Frank Capra y que sólo logró estrenarse en una fecha tan tardía como el 9 de agosto de 1945 para ser apresuradamente retirada el 28 del mismo mes. Japón había capitulado y ahora se imponía ofrecer un discurso distinto y adecuado a los nuevos intereses geopolíticos del Gobierno estadounidense.

Las guerreras vikingas y ABC

El pasado 2 de septiembre aparecía publicado en Tor.com un articulillo titulado «Better Identification of Viking Corpses Reveals: Half of the Warriors Were Female», que tomaba como fuente un artículo publicado en USA Today hace más de tres años («Invasion of the Viking women unearthed», USA Today, 19-VII-2011). Pero, por una increíble casualidad, ABC ha publicado hoy (4-IX-2014) un artículo firmado por P. Ariño y titulado «La verdad sobre las guerreras vikingas sale a luz al analizar el ADN», con la misma temática del articulillo de Tor.com e incluso ilustrándolo con una fotografía similar del personaje de Ladgerda de la exitosa serie de televisión Vikingos, interpretado por Katheryn Winnick.

Ladgerda (Vikingos), personaje interpretado por la actriz Katheryn Winnick. [Fuente: History.com]

Resulta muy significativo que en la edición digital de ABC aparezca la misma fuente enlazada en varias ocasiones en la edición digital el mismo artículo de USA Today. Hasta resulta chocante observar como en el segundo párrafo del artículo de ABC usan la misma muletilla con el que empieza el artículo de Stubby the Rocket en Tor.com: «Gracias a un reciente estudio de ADN se ha conocido…»; «A recent archaeological discovery…». Resulta de lo más llamativo que ambos artículos caigan en el mismo error de valorar un artículo publicado hace más de tres años como «reciente». Por cierto, el artículo original era de Shane Macleod – no Macleol o Macleold– en la revista Early Medieval Europe, que sí aparece enlazado en el artículo de USA Today pero no en el de Tor.com ni en el de ABC.

¿Mera casualidad? En mi opinión, no lo es y creo que el artículo de ABC toma como fuente el artículo de Tor.com, pero sin referenciarlo como debería haber hecho, pues le toma prestado casi todo el contenido. ABC sabrá si quiere perseverar en la espiral hacia la irrelevancia y la mediocridad que tanto caracteriza últimamente a la prensa generalista en España.

Para aquellos interesados en profundizar en la cuestión, les recomiendo leer el informativo e interesante comentario de Andrew W. en el artículo de Tor.com y que reproduzco a continuación.

I’m a historian who studies burial in the early middle ages, and the burial of women with weapons is one of my specialties! I’m in the process of publishing research about a woman buried with a spear in the 6th century, and am excited to see this important topic being discussed here outside the ivory tower at Tor.com.

The bad news first: while many women have been found buried with weapons, the evidence doesn’t support the claim made in the title of equal gender representation on the battlefield. The 2011 study that the article cites concludes: ‘Although the results presented here cannot be used to determine the number of female settlers, they do suggest that the ratio of females to males may have been somewhere between a third to roughly equal.’ The key thing to note is the word ‘settlers’: the article is arguing that women migrated from Scandinavia to England with the invading Viking army in the 9th century. Several of these women, the article notes, were buried with weapons, but they are still far outnumbered by the armed men. Most of the women settlers mentioned in the study were buried with ‘traditional’ female outfits: brooches that held up their aprons.

The good news, though: while women buried with weapons are rare, they *are* being found, and this is in large part thanks to an increased willingness to trust the bone specialists. Archaeologists have been using bones to identify the biological sex of skeletons for the past century, but when burials were found which didn’t fit their notions of ‘normal,’ they tended to assume that the bone analysts had made a mistake. This is not entirely unreasonable, because bones are often so badly decomposed that it is impossible to tell the sex of the person. But I can point to cases where the bones clearly belong to a woman, and the archaeologists insisted that it had to be a man because only men were warriors. That’s modern sexism plain and simple, and bad archaeology. But thankfully, archaeologists in recent decades have become aware of this problem, and as a result, more and more women are showing up with weapons!

But women with weapons are still a minority, usually fewer than 10% at any given cemetery. Sometimes there are no women with weapons in a cemetery at all. So they existed, but the evidence suggests weapons were still most commonly associated with men.

There are a few things to conclude from this.

First, we’re just talking about graves (because that’s what survives for archaeologists to dig up). Just because a woman is buried in an apron, does not mean she wasn’t a warrior before she died. There was no rule (as far as we know) that warriors had to be buried with their weapons. What if they wanted to leave them to their daughters instead? And who says a warrior woman can’t wear a dress to her own funeral? There might be many warrior women who are invisible because they were buried in ‘traditional’ female outfits.

Second, we can’t be sure that everyone buried with a weapon was a warrior. We find infants buried with weapons sometimes; they clearly weren’t fighters (though perhaps they would have been had they grown up?). Weapons were powerful ritual objects with lots of magic and social power, and a woman might be buried with one for a reason other than fighting, such as her connection to the ruling family, ownership of land, or role as priestess or magical healer.

Third, we shouldn’t rush to map our modern ideas of how gender *should have been* onto the past. We should study the past for what it is, whether that’s good or bad. Archaeologists who ignored evidence that Viking women weren’t all housewives caused great harm, but going to the other side and saying that men and women were equal on the Viking battlefield isn’t really any better. It minimizes the reality of gender inequality that Viking women had to struggle against, much like the inequality faced by their modern counterparts.

But finally, we do need to continue to reimagine the world of sword and sorcery to reflect the real role played by women in the past. Because some women *did* fight, even if they weren’t in the majority, and that’s incredibly important. And shoot, when we write fantasy, why not imagine that 50% of the warriors on the battlefield were women? That might not be how it was, but this is fantasy, and we can write the world as it SHOULD be.

Una viga donde aferrarse

En plena crisis sociopolítica alemana de verano de 1923, cuando el Gobierno encabezado por Wilhelm Cuno hacía aguas, el marco se depreciaba diariamente, el paro aumentaba vertiginosamente y la escasez de alimentos se agudizaba, un líder sindical describía desde el Ruhr, entonces bajo ocupación militar francesa desde enero de 1923, este fenómeno en un informe a la dirección de su sindicato con fecha del 8 de agosto de 1923:

Aunque este líder sindical celebraba el reciente aumento del número de obreros en su sindicato, reconoció que los nuevos afiliados lo hacían no tanto por convicción si no por una «instintiva necesidad de tener un viga donde aferrarse» en la previsible explosión.

(Gerald D. Feldman, The Great Disorder: Politics, Economics, and Society in the German Inflation 1914-1924, p. 704. Oxford: Oxford University Press, 1997 2ª edición).

Sin lugar a dudas, la actual situación socioeconómica en España aún dista notablemente, en escala de magnitud, de la Alemania de 1923 aunque algunos elementos análogos resultan inquietantes como serían, entre otros, la percepción generalizada de la pérdida de facto de soberanía del país en cuestiones clave de la vida económica, proletarización y depauperación de la clase media o la precariedad económica entre la clase obrera.

Y también pueda establecerse la analogía entre el fenómeno descrito por el anónimo líder sindical antes citado con el boom de adhesiones que, recientemente, está recibiendo en España el movimiento político de Podemos y que obtuvo un inesperado elevado apoyo electoral en las elecciones para el Parlamento Europeo del pasado 25 de mayo. Sin lugar a dudas, el descrédito de los modos de comportamiento tradicionales en la partitocracia española serían un medio fecundo para que campañas políticas, ciertamente innovadoras y audaces, como la practicada por Podemos  reciban numerosos apoyos. Pero también tengo la percepción, como ya me suscitó el masivo apoyo que están recibiendo las iniciativas de cariz independentista de la Assamblea Nacional Catalana, que mucha gente necesita realmente un clavo ardiendo – o una viga- donde aferrarse en esta tormentosa época que nos ha tocado sobrellevar, adhiriéndose a este tipo de movimientos más por su necesidad de seguridad antes que por sus convicciones políticas

Tropas francesas de ocupación en Dortmund, 1924. (Fuente: Wikimmedia Commons.)

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La clase media

Fragmento publicado originalmente en un artículo de Roland Schacht, titulado «Verteidigung des Schiebers» – «En defensa de los especuladores»- y publicado en Die Weltbühne (14-XII-1922). Sólo incluyo mi propia traducción al castellano de la cita en inglés (véase referencia al final de la cita):

Ahora decís que el Schieber [Especulador] es ignorante. Sí, yo sólo estudié hasta el instituto. ¿Por qué los universitarios (…) no mejoran también los institutos? Cuando veo la calaña de cabezas huecas que son la mayoría de universitarios y como se dejan llevar  por sus periódicos, sus políticos, sus burócratas, ¿creen que me dan envidia? No me tomen el pelo. Yo conozco mi negocio al detalle y, si me preguntan, yo puedo decir la mía. El resto no es asunto mío. ¿Los especialistas académicos? No se ponen de acuerdo ni entre ellos. Si no mirad las tonterías que los economistas, esos imbéciles, decían durante la guerra. ¿Actividad intelectual? No todos podemos ser activos intelectualmente. Además, ¿usted no lleva su negocio también gracias a su actividad intelectual?

(Citado en Gerald D. Feldman, The Great Disorder: Politics, Economics, and Society in the German Inflation 1914-1924, p. 554. Oxford: Oxford University Press, 1997 2ª edición).

Dicho artículo era una representación satírica de la mentalidad de lo que en Alemania, en plena deriva hiperinfalacionista, entonces se culpaba de todos los males sociales del país y que entre la opinión pública del momento se resumía en la acelerada proletarización de la clase media alemana. Y por extensión también se culpaba de esta situación a la República, surgida de la Revolución de noviembre de 1918, pues el nuevo régimen no era capaz de poner coto a las demandas de los obreros y dejaba desprotegida a la clase media ante la voracidad de los especuladores y del gran capital. Que los principales responsables de dicha situación, con su nefasta política económica para sostener el esfuerzo bélico durante la Gran Guerra y, para más inri, su irresponsabilidad manifiesta tanto para llevar Alemania primero a la guerra y luego a la derrota fuesen, precisamente, las anteriores élites gobernantes del Kaiserreich que integraban las filas del opositor y antirrepublicano Partido Nacionalista Popular Alemán – DNVP, en sus siglas en alemán – era cuestión que la mayoría tendía pasar por alto.

Pero entendiendo el fragmento citado en su contexto, vale la pena observar cuáles eran y son los tópicos en boga entre los integrantes de la clase media de toda sociedad capitalista y que son reflejo de la jerarquización inherente a este modelo socioeconómico. Por una parte, los rasgos inherentes de su estatus serían su formación superior y su dedicación exclusiva a trabajos intelectuales, obtenidos gracias a sus méritos personales, que les ofrece un nivel de renta que les permitiría disfrutar de un estilo de vida acomodado. A su vez, este estilo de vida se definiría en gran medida por el consumo de productos culturales de alta calidad, ya sean el teatro, el cine, libros, etcétera.

Pero, sobretodo, la formación de toda identidad se fundamenta en el contraste contra «el Otro», como bien describió Edward Said. Por una parte, por debajo se encontrarían los obreros o trabajadores manuales quiénes por definición y debido a sus limitaciones intelectuales, no consumen los productos culturales refinados que sí gustan en la clase media. Y por otra parte, por arriba tendrían a la burguesía, individuos advenedizos que se caracterizan por su nulo interés en las artes y la alta cultura, buscando en cambio sólo enriquecerse aún más.

Como ya hemos dicho, esto no son otra cosa si no meros tópicos, pues el desempeño de un trabajo determinado no nos habla de las capacidades de un individuo determinado si no, más bien, de su actual circunstancia. Por otro lado, resulta de lo más cuestionable tratar de restar dignidad al trabajo manual, actitud más bien rancia y que sólo busca alimentar el ego personal al margen de todo fundamento empírico. Y respecto a la burguesía, resulta un tanto ridícula una generalización de este tipo cuando el burgués suele mostrar los mismos gustos en el consumo de productos de lujo que la clase media, pues sus gustos y valores son los hegemónicos en las sociedades capitalistas. Pero, sobretodo, resulta un tópico el considerar que la meritocracia justifica el estatus de la clase media cuando se constata, en el día a día y antes y ahora, que el enchufismo y el nepotismo son prácticas de lo más habituales en toda sociedad capitalista y liberal, tal y como exponía en una obra reciente el politólogo británico Owen Jones.

En esta línea, resulta interesante observar como se reproducen los mismos discursos, tanto en la actualidad como en la Alemania de la década de 1920, de las clases medias que ven minada su base económica al ver disminuir su nivel de renta y, por tanto, su acceso al consumo al tipo de productos culturales que señalizan su estatus social. Por un lado, se reproducen las mismas denuncias contra el capital carroñero que se alimenta de la ruina de su patrimonio. Y, a su vez, también se reproducen los mismos discursos, a medio camino entre el desdén y el resentimiento, contra aquellos trabajadores manuales que logran mejorar su nivel de renta, ya sea gracias a su superior capacidad organizativa, como es en el caso de los obreros industriales; o ya sea porque la coyuntura económica del momento concreto valora al alza su fuerza de trabajo en un determinado sector, siendo un caso paradigmático el sector de la construcción en España durante la burbuja inmobiliaria que floreció hasta el año 2008, durante el cuál los trabajadores en dicho sector obtenían renumeraciones relativamente generosas.

A modo de conclusión, resulta también de interés remarcar que fue precisamente esa clase media alemana proletarizada quién dotó, en modo muy sustancial, al Partido Nazi de los cuadros precisos para conformar el Tercer Reich.

Der Schieber («El Especulador»), 1920. Heinrich Maria Davringhausen (1894-1970). Kuntsmuseum de Düsseldorf im Ehrenhof.

¡No toquen la jornada de ocho horas!

El industrial químico alemán Carl Duisberg (1861-1935) observó en una ocasión en 1921:

We should not take beer away from the workers and make cigars and tobacco so expensive that they can no longer smoke. I warn you very emphatically: do not touch the eight-hour day… do not neglect the psyche of the workers! We want to keep the eight-hour day.

No debemos arrebatar la cerveza a los obreros ni producir puros y tabaco tan caros que suponga que ya no puedan  fumar. Les subrayo con especial énfasis: no toquen la jornada de ocho horas… ¡No desatiendan el alma de los trabajadores! Necesitamos mantener la jornada de ocho horas.

(Citado en Gerald D. Feldman, The Great Disorder: Politics, Economics and Society in the German Inflation, 1914-1924, p. 329. Oxford: Oxford University Press, 1997, 2ª edición).

Para el lector actual quizás esta cita resulte un tanto sorprendente, más al comprobar que Duisberg era uno de máximos exponentes de la patronal industrial alemana. De acuerdo a la percepción general vigente en la actualidad, el patrón debería defender su exclusivo interés empresarial y si puede imponer a sus trabajadores trabajar doce en vez de ocho horas por el mismo salario, pues mejor. En cambio, la impresión que ofrece es una versión del discurso del fordismo, defendiéndose la necesidad que los obreros disfruten de un nivel de vida suficientemente elevado para comprar los bienes de consumo producidos por la industria.

Pero el contexto lo es todo y en este caso no es la excepción. Esta cita proviene de las actas de la ronda de contactos que mantuvo el Ministerio de Exteriores alemán, durante el mes de febrero de 1921, con diversas personalidades de la banca, la patronal y de los sindicatos alemanes para recibir asesoramiento para la respuesta al anuncio hecho por los representantes de las potencias aliadas en París el 29 de enero de 1921 y detallando, por primera vez, las cantidades a sufragar anualmente por Alemania en concepto de las reparaciones de guerra ya previstas en el Tratado de Versalles de 1919.

La cita en cuestión hace referencia a la idea surgida entre los representantes aliados reunidos en París y a quiénes se les planteó la posibilidad de que, en verdad, Alemania no sería capaz de hacer frente a las anualidades en metálico y en exportaciones, especialmente de carbón. Ante esas objeción, se barajó la posibilidad  de aumentar la jornada laboral en Alemania hasta las catorce horas diarias. Téngase en cuenta que la jornada laboral de ocho horas había sido, precisamente, una de las grandes conquistas sociales obtenidas tras la Revolución de noviembre de 1918 que, entre otras cosas, también había defenestrado a la monarquía de los Hohenzollern e instauró una nueva República.

Dicha propuesta no era una idea surgida de la nada sino, al contrario, era hija de la sabiduría convencional del pensamiento económico vigente en Gran Bretaña y Estados Unidos en 1919-1920, donde se aplicó una brutal política deflacionista con el objeto de revertir la sobreproducción e inflación consiguientes de la Gran Guerra de 1914-1918, ejecutada a través de una severa reducción del gasto público y el aumento de los tipos de interés, representando tanto un vertiginoso aumento del desempleo como una marcada bajada de los salarios en ambos países que vino de una severa represión del movimiento obrero. De este modo, debe comprenderse que sugiriesen sin más la misma receta para resolver los problemas económicos de los alemanes.

Lo que preocupaba realmente a Carl Duisberg era la respuesta de los obreros alemanes, prediciendo un colapso social que, a su vez, llevase al poder a los bolcheviques también en Alemania. Otros industriales con menos escrúpulos sociopolíticos, como Hugo Stinnes (1870-1924), en cambio, lo veían como la oportunidad perfecta para derribar a la coalición de centroizquierda que ostentaba entonces el Gobierno y así abrir las puertas para que el Deutsche Volkspartei o Partido Popular Alemán, del que Stinnes era miembro fundador y entonces diputado en el Reichstag. Año y medio más tarde y en plena vorágine hiperinflacionista, su receta para lograr la estabilización de la economía alemana sería la ampliación de la jornada laboral hasta la diez horas diarias, aumentando hasta doce en el caso de los trabajadores en las cadenas de producción industriales. Debe hacerse notar que Stinnes era entonces también muy conocido por acomodar su discurso político a sus intereses económicos inmediatos, consistentes en sus empresas dedicadas a la industria siderúrgica y las minas de carbón del Ruhr.

Los temores compartidos tanto por el Gobierno de centroizquierda como por buena parte de la patronal alemana bien los representaría esta viñeta, publicada en la prensa británica el 1923:

Viñeta donde se representa a un cerril primer ministro francés, R. Poincaré, acosando a una indefensa y harapienta Alemania hasta al borde de un precipicio donde esperaría, expectante, la amenaza bolchevique. (David Low, The Star, 1923).

 

 

Abriendo una nueva parada

Para quiénes no vengan de la entrada publicada en mi otro blog, Mi Diario de Libros, haré una breve presentación de mis intenciones para este blog. Mi Diario de Libros fue concebido, ahora hace algo más de cuatro años, para acoger las reseñas de los libros que leo a medida que finalizo su lectura además de ocasionales artículos sobre cuestiones más o menos polémicas.

Pero, a raíz de mi lectura actual, me he dado cuenta que a veces me gustaría poder exponer mis reflexiones y comentarios sobre algún fragmento o testimonio citado de los libros y artículos que leo. Tras pensarlo detenidamente, me dí cuenta que eso desnaturalizaría completamente de Mi Diario de Libros, ya fuese debido a que acabase publicando una serie de artículos redundantes sobre un mismo libro o, peor, porque temo que entonces las reseñas se hiciesen tan largas que aburrirían incluso al lector más entusiasta.

Así, de este modo, he decidido abrir un nuevo blog que, en general, estará subordinado al blog madre aunque sus respectivos enfoques serán distintos. En Mi Diario de Libros, mi principal intención es divulgar contenidos y debates historiográficos que, frecuentemente, no son accesibles para el lector común en castellano y, por supuesto, criticando o valorando positivamente de forma justificada aquellas interpretaciones o metodologías presentes en los trabajos de investigación, generalmente sobre Historia, que tengo oportunidad de leer. O, en el caso de las novelas, las impresiones que su lectura me ha causado.

En cambio, en Citas de Libros mi enfoque tratará de ser más personal pues, al reproducir el fragmento escogido, a parte de acompañarlo de su marco de referencia de acuerdo a la máxima del materialismo histórico de fijar el hecho concreto en su contexto concreto, aportaré mi opinión personal que, ya advierto, hará referencia a hechos de más o menos actualidad y con la voluntad de generar algún debate, aún sea presentando una interpretación un tanto presentista. Y para ilustrarlo, véase esta viñeta a la que le acompaña su traducción a continuación:

Vinyeta

Aquellos que no estudian la historia, están condenados a repetirla. Aunque aquellos que la estudian están condenados a ver como los demás la repiten sin poder hacer nada.

Sólo espero que la sentencia final no sea totalmente cierta.